jueves, 24 de abril de 2008

Acerca de cómo el VIH es un subproducto del mundo de los retrovirólogos.

Acerca de cómo el VIH es un subproducto del mundo de los retrovirólogos. Por lo tanto, el entierro del VIH significará el fin de toda la retrovirología.

Dr. Stefan Lanka.


He aquí un tremendo ejemplo de cómo un distinguido académico que contribuyó mucho al adelanto de la ciencia, luego impide nuevos adelantos con su terca adhesión a un dogma de su propia creación. Si no se hubiese sentido obligado a repetir cosas que son increíbles tan sólo porque fueron dichas un día, habría llegado a ser una persona totalmente diferente.
Johan Wolfgang von Goethe, Maximen und Reflexionen, Textstelle 586.

Los lectores deben ser conscientes de que ha habido un cierto número de reacciones, y las respuestas correspondientes, al premio ofrecido por la revista inglesa Continuum como recompensa por «el virus perdido». Han ido desde peticiones de clarificaciones como, por ejemplo, de cuál es el tipo de prueba requerida, pasando por comentarios irónicos acerca de la irrelevancia de la prueba pedida, hasta una demanda en toda la línea del premio por parte del Dr. Peter Duesberg. Los lectores recordarán que el punto inicial de toda la movida fue mi articulo explicativo de que el VIH en realidad no existe, planteado como algo opuesto a la más frecuentemente formulada cuestión de si el VIH es o no responsable del SIDA. El equipo científico australiano dirigido por la Doctora Eleni Papadopulos ya ha elaborado una detallada réplica a la solicitud del Dr. Duesberg, por lo que me dedicaré a abordar cómo el erróneo concepto de «retrovirus» incide decisivamente en la presente situación. Los enormes servicios prestados por el Dr. Duesberg a la humanidad están más allá de toda disputa. Desde 1987 ha sido, firmemente y con un gran coste personal, el bastión de la cordura y la decencia en un mundo llevado a la locura por la simplista teoría VIH=SIDA. Que el VIH exista y que sea la causa del SIDA son cuestiones muy académicas: ¿cuándo fue la última vez que Ud. se encontró con un heterosexual «normal» -es decir, alguien que no hace depender su vida de la perpetuación del pánico en torno al SIDA- que preste la menor atención a la historia oficial sobre el SIDA? En la práctica, el mérito del Dr. Duesberg para tener nuestra gratitud es su contundente e inquebrantable oposición al AZT (y a otros productos análogos), cuyo uso lleva a la muerte.
Dicho esto, también es cierto que el propio Dr. Duesberg es víctima de otra falacia colectiva (el «Denkkollectiv» -pensamiento colectivo- elaborado por Ludwig Fleck), que él mismo contribuyó a formular y en el que aparentemente ahora se encuentra preso. Los retrovirus fueron postulados como especies de microorganismos que causaban la transcripción inversa, lo cual era totalmente razonable al inicio de los años setenta como hipótesis de trabajo. El error consistió en elevar la hipótesis a dogma. Las primeras técnicas de detección genética dieron alguna credibilidad a la existencia de una entidad que sería transmitida de una célula a otra, lo cual fue desafortunado porque también se vio posteriormente que era erróneo. Suceden errores de este tipo siempre que la tecnología pone al alcance de la utilización general un procedimiento experimental nuevo que impulsa a un ejército de investigadores a la producción masiva de datos experimentales, descuidando el significado biológico que su trabajo pueda tener, si es que tiene alguno. Aún peor es el hábito de hacer un número interminable de reajustes ad hoc de la teoría original, lo cual distorsiona completamente la hipótesis original. La ciencia rigurosa exige que se haga un radical replanteamiento cuando esto ocurre. Y si no se hace, como sucede en el caso del SIDA, siguen avanzando en la mayor confusión unos planteamientos fundamentalmente erróneos, y llevan al desastre.
El Dr. Duesberg estuvo junto a los investigadores principales del SIDA, limitando sus objeciones al relativamente menor aspecto de si el VIH puede o no causar el SIDA, cuando lo que realmente debería haberse atrevido a cuestionar es el concepto mismo de retrovirus, dada su anterior y valiente posicionamiento, mucho antes que cualquier otro, de admitir el error de la hipótesis acerca de los retrovirus como causantes de cáncer, incluso a pesar de que estuvo implicado durante mucho tiempo en esta otra falacia. Desde mi punto de vista, es razonable considerar que el Dr. Duesberg podía llegar a plantearse que no existe en absoluto una entidad tal como un retrovirus. Pero en lugar de ello se permitió dejarse embaucar con las hazañas técnicas de los «retrovirólogos», capaces de reproducir de manera consistente ciertos fenómenos peculiares de determinados constituyentes biológicos de las células. Al hacer esto, se dejó extraviar en la creencia de que dichos fenómenos eran debidos a un virus. Se trata de un non-sequitur completo. Según una metáfora moderna, esta falta de rigor intelectual ha transformado la biología molecular en una ciencia virtual, llevando a la deplorable situación de tener una enfermedad virtual (el SIDA) definida virtualmente y presentada como debida a un agente patógeno virtual (el VIH). Desgraciadamente para la humanidad, el SIDA no es único al respecto sino que representa tan sólo la punta del iceberg.
Para un observador perspicaz podría haber sido claro ya en 1973 que era insostenible la hipótesis de trabajo que adscribía a retrovirus el fenómeno experimentalmente observado de la transcripción inversa, cuando se supo que dicha transcripción inversa era cualquier cosa menos un fenómeno escaso. Como máximo en 1980 dicha hipótesis debería haber sido abandonada por todos. De hecho, las extraordinariamente artificiales y circunscritas condiciones en las que podía inducirse transcripción inversa en los laboratorios debería haber alertado a cualquiera acerca de la extrema improbabilidad de que tales condiciones exclusivamente de laboratorio tuviesen significado alguno para los fenómenos que ocurren de manera natural. Aún más cuando no fue posible mostrar la existencia de ningún retrovirus, por ejemplo siendo capaces de aislarlo y caracterizarlo, y de demostrar su transmisibilidad. Estos fracasos (obviamente no por falta de intentonas) deberían haber bastado para arrinconar todo el enfoque. Puede resultar difícil de creer que todos los mapas que pretenden representar un retrovirus completo, incluido el VIH, son tan sólo compilaciones de pedazos y piezas puestas juntas por sus autores a mayor gloria de sus creencias. Entre colegas... Ni in vitro ni in vivo se ha probado que exista ningún retrovirus ni su ARN en su totalidad.
Una dificultad complementaria para la hipótesis VIH=SIDA es que nunca ha sido posible demostrar que las observaciones experimentales atribuidas a los retrovirus sean exógenas a las células utilizadas en los experimentos, es decir, que vengan del exterior de la célula. En realidad, toda la evidencia disponible apunta a lo opuesto, es decir, a que son endógenas (inherentes, interiores) a las propias células. Parte de la evidencia consiste en que la llamada actividad retroviral sólo se ha podido inducir experimentalmente en un tipo determinado de células, mientras que se supone que el VIH infecta en el cuerpo a muchos tipos distintos de células. Las dos aseveraciones son claramente incompatibles. Toda la teoría se vuelve aún menos plausible cuando se tiene presente que las concentraciones «retrovirales» son siempre extremadamente bajas, por lo que se precisa una gran cantidad de material celular de los «pacientes» para poder señalar que hay algún «virus replicante». A propósito, ésta es la base de la afirmación de que el VIH tiene una muy baja tasa de infectividad... Una explicación mucho más racional es que ahí en absoluto hay virus alguno.
La historia proporciona un desgraciado precedente de esta forma de investigación. A fines del siglo XIX e inicios del XX se realizó una larga serie de experimentos con animales de laboratorio altamente endogamizados. Bajo condiciones estrictamente circunscritas, desarrollaban mayor susceptibilidad a enfermar que animales no endogamizados. Se «olvidó» la frase «altamente endogamizados» y se hicieron generalizaciones sobre infectividad viral que se mostraron erróneas pero de las que la medicina sigue presa hasta nuestros días. Análogamente, se está realizando hoy en día experimentos con cultivos celulares en vez de hacerlos con animales completos, y ello por la sencilla razón de que así se acelera enormemente dichos experimentos. La desventaja es que esto limita la experimentación a sólo una de entre unas pocas líneas celulares que siempre son cancerosas, porque únicamente éstas crecen continuamente en el laboratorio. La historia se repite: se generaliza a la conducta de células normales los resultados obtenidos con unas células altamente anormales.
Estas células pueden incorporar dentro de su propio ADN trozos de ADN extraño que se añaden a los cultivos de crecimiento (proceso de integración que también pueden realizar, aunque más lentamente, las células normales). Las células que han incorporado ADN manifestarán, como es obvio, las características que codifique dicho ADN, lo cual es interpretado como que un virus ha entrado en acción cuando no ha ocurrido nada de este estilo. A partir de ahí es fácil darse cuenta de la aparición de la extraña noción «ADN infeccioso», y de la errónea conclusión de que en el proceso está implicado un virus en el convencional significado de esta palabra. Sin embargo, todo el argumento se colapsa cuando se demuestra que se puede hacer que el ADN no-viral también actúe así, tanto in vivo como in vitro. Si ocurre que el ADN utilizado es el ADN que arbitrariamente se ha definido como ADN del VIH o una parte de él, entonces lógicamente la célula que ha incorporado este ADN se comportará como si hubiese sido infectada por el supuesto VIH.
Esta es la base de la reclamación del Dr. Duesberg. En su celo retrovirológico, no parece apercibirse de que «ADN infeccioso» es una contradicción en los términos. Porque, ¿qué es normalmente llamado virus sino un trozo de ADN envuelto por una cobertura protéica a fin de que el ADN pueda ser transmitido de una célula a otra? Un pedazo de filamento de ADN no puede hacer esto por sí solo, pues estaría expuesto a la degradación enzimática o sería mezclado con otros componentes. Además, ¿cómo podría identificar su célula diana?, ¿cómo podría alcanzarla?, ¿cómo podría entrar en ella sin un mecanismo específico que lo permitiese?. Un hombre con los conocimientos del Dr. Duesberg no debería necesitar la ayuda de nadie para comprender que replicar (es decir, clonar) algo en un tubo de ensayo y después detectar este algo (es decir, ADN clonado molecularmente) en un lugar en el que previamente se le ha colocado, es un argumento circular, luego no es ningún argumento en absoluto. Pero ocurre que las tautologías son parte indispensable de la retrovirología, como ya señalé en el artículo en el que abordaba la falacia inherente a los tests de anticuerpos para el «VIH».

Conclusión.
Las reglas que demuestran la existencia del VIH (y de los retrovirus en general) no han sido nunca cumplidas por aquellos que las inventaron, así como nunca han sido validadas. Esto hace ahora más fácil comprender porqué muchas personas sienten la necesidad de preguntar lo que significa el, en principio bastante evidente, término «aislamiento»: sinónimos adecuados podrían ser «puro» y/o «libre de contaminantes». Claramente tienen una preocupación en su mente cuando se dan cuenta de que el término aislamiento ha sido utilizado en retrovirología de la forma enunciada por Alicia en el País de las Maravillas: «Significa lo que yo digo que significa». Hasta la invención del SIDA, los retrovirólogos constituían una pequeña secta minoritaria y eran felices aceptando acríticamente cada uno las fantasías de los otros. Podían ir tocando violines para mayor alegría de sus corazones, tranquilos sabiendo que «los retrovirus son los menos peligrosos de todos los virus». Colegas bienintencionadas y crédulos, así como aspirantes a virólogos, periodistas y, a través de ellos, público en general, fueron hipnotizados por la incomprensible jerga de los retrovirólogos, en la creencia de que la enorme masa de datos acumulados sobre el VIH y los retrovirus de alguna forma significaba algo. En realidad, puede demostrarse que cada propiedad atribuida al VIH, y a los retrovirus en general, pertenece a las células utilizadas en los experimentos de co-cultivo. En ningún momento ha habido base alguna sólida para creer que estas propiedades y componentes tengan nada que ver ni con los virus en general ni con el «VIH» en particular.
Ninguna partícula de «VIH» ha sido nunca obtenida pura, libre de contaminantes. Nunca se ha probado la existencia de una pieza completa del ARN atribuido al «VIH» (ni del ADN transcrito).

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